El soplador de vidrio
El centro castellano de más renombre fue, sin duda, Cadalso de los Vidrios, aunque se ha investigado muy poco su historia. Una vez más, son los testimonios literarios coetáneos —que ensalzan los productos de sus hornos y la gran difusión que tuvieron— y la presencia en los inventarios de bienes de los «Vidrios de Cadalso» los que informan sobre la calidad del trabajo de los artesanos de este lugar. Se tienen noticias de un maestro llamado Juan Rodríguez, activo en la primera mitad del siglo XVI, «maestro de labrar el vidrio de todas suertes, así de lo común, como de lo blanco e verde e de lo rayado a la manera de Venecia», que aprendió su arte en Murano y en Barcelona, y trabajó en Sevilla, Cadalso y Alcalá la Real (Jaén).
De la producción de Cadalso nos han llegado algunas muestras, pero sorprendentemente no responden al nivel de calidad que debieron tener, si nos atenemos a los documentos coetáneos.
En el reinado de Felipe II existió un horno en El Quejigal, en donde trabajaron Francisco y Hernando de Espinosa, ayudados por el catalán Galcerán y Diego Díaz, dedicado a manufacturar vidrieras para el Monasterio de El Escorial, así como objetos de vidrio hueco para el abastecimiento de dicho monasterio, el cual decayó notablemente tras la muerte del monarca.
Pero el fenómeno más interesante en relación con la actividad vidriera castellana es la presencia en la zona de maestros extranjeros. En 1606 llegó a Madrid el veneciano Doménico Barovier, al que ya se ha aludido, procedente de Palma de Mallorca, en donde estuvo cinco años sin llegar a abrirse camino profesionalmente. Este maestro consiguió abrir un horno en El Escorial para manufacturar todas las vidrieras necesarias para la casas reales y sobre todo para el monasterio con el apoyo real y ayudado por un socio de Ragusa que no era del oficio. La prematura muerte de Barovier acabó con todas las expectativas, aunque su socio intentó sacar a flote el negocio con vidrieros de Cuenca, pero no lo consiguió, ya que éstos no supieron obtener la calidad de vidrio que el rey había concertado en el contrato con el veneciano.
En 1679, año en el que se creó en España la Real y General Junta de Comercio, cuyo fin primordial era el fomento de la industria, llegó a Madrid, procedente de Flandes, Dieudonné Lambotte, maestro vidriero, que trabajó en Namur en la fabricación de espejos y vidrios planos. Con el apoyo de la Corona se estableció en San Martín de Valdeiglesias para poner en marcha una manufactura de vidrio suntuario á la Fagon de Venise, al servicio de la Casa Real. La envergadura de esta fábrica era de muy distintas proporciones a las de los pequeños hornos artesanales de nuestros vidrieros: Lambotte trajo consigo veinticinco oficiales flamencos y Venecia- nos, mano de obra que consideró necesaria para hacer frente a la producción que se le pedía. Carlos II aprobó las condiciones del contrato en mayo de 1679, ordenando a la Junta de Comercio los trámites necesarios para su cumplimiento.
El maestro flamenco se comprometió a manufacturar cristal de roca y su fundición para hacer espejos de armar y de todos géneros; vidrios cristalinos para coches, sillas de mano, ventanas y demás usos y para todo género de piezas que se labran según esta ciencia y arte, incluyéndose las piedras coloridas que se engastan. A cambio exigía una serie de condiciones exención de impuestos, monopolio en la manufacturación de estos productos, venta de los mismos libre de alcabala y otras cargas fiscales, especial estatuto jurídico para él y sus acompañantes.
Tres años permaneció la fábrica activa, aunque, al parecer la calidad de los productos no correspondió a lo que el rey esperaba, y el 19 de septiembre de 1683, Lambotte acuerda traspasarla, por motivos de salud, al vidriero Antonio de Ovando, vecino de Cadalso.
Tras la muerte de Lambotte, la fábrica decayó, intentando levantarla a toda costa el oficial más cualificado que acompañó al vidriero flamenco, Giacomo Bertolotti, de Venecia.
La corta vida de este establecimiento vidriero al servicio de la Corona es un hecho común a todos los intentos de manufacturar en España productos suntuarios con mano de obra extranjera en el último tercio del siglo xvii. Será necesario esperar a la siguiente centuria para que la nueva dinastía borbónica, siguiendo el ejemplo francés, promueva las manufacturas reales con el objeto de proveer a las casas reales de los necesarios objetos suntuarios. Estas fábricas reales estarán también en manos de operarios ex- granjeros, más experimentados y preparados que los españoles, pero sus resultados económicos tampoco llegaron a ser satisfactorios.
En cuanto a la comercialización del vidrio de horno (así llamado para distinguirlo del de alum o soplete) era necesario haber ejercido cuatro años el oficio y pagar 25 sueldos de entrada en la cofradía para poder abrir una tienda. La venta ambulante sólo estaba permitida a los del gremio o fama- liares, previo pago de un estipendio. Sin embargo, en las ordenanzas de 1659, que anulaban las de 1595, se prohibía a todas las categorías profesionales, incluso a los maestros.
La venta de vidrio de llum, tanto ambulante como en tienda propia, es- taba permitida a todo el que hubiera hecho el aprendizaje de cuatro años y pasado el examen para vidrier de llum (para realizar esta prueba había que pagar una cuota, que se reducía al cincuenta por ciento para los hijos de los cofrades).
Cualquier incumplimiento de las normativas de las ordenanzas se sancionaba con multas, cuyo importe pasaba a un fondo destinado a las obras asistenciales de la cofradía. También se especificaba detalladamente todo lo relativo a las festividades religiosas del santo patrono, que pasó a ser San Miguel Arcángel —desde que los vidrieros se separaron de los esparteros— y a las actividades de carácter asistencial.
Como en todos los oficios artesanales, la graduación de los operarios tenía tres niveles: maestro, oficial y aprendiz. El examen de maestro se realizaba ante tres personas del Consejo del gremio. El aspirante debía pagar 25 libras al tesorero en concepto de examen y 20 sueldos a cada uno de los examinadores. Caso de ser hijo o yerno de maestro, se percibía una considerable reducción en las tasas.
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